sábado, 6 de septiembre de 2008

Islandia

Ha pasado ya un mes y uno apenas empieza a recuperarse del schock que supone un viaje como el de Islandia. Los impactos visuales que ofrece el paisaje de la Tierra de Hielo deja fotografías mentales que quedan archivadas para siempre en la memoria. Siempre he pensado que ninguna fotografía que se pueda hacer a ningún rincón del mundo jamás hará verdadera justicia a lo que retrata. En el caso de Islandia, tal injusticia se convierte en mayúscula, hasta el punto que las fotos carecen de valor alguno.
Islandia es fruto de una lucha venida a menos entre las cuatro fuerzas de la naturaleza: el agua, el fuego, el aire y la tierra. Actualmente, estos pilares de la vida conviven pacíficamente no sin algún sobresalto que nos recuerda la vida latente de la Tierra. Lluvias de fuego, erupciones de agua...todo es posible en este escenario supranatural. La isla colecciona paisajes y los dispone a su manera en su geografía, consiguiendo un mosaico de colores sencillamente impresionante: del verde subido que enmoqueta prados y montañas, pasamos al blanco grisáceo del mayor glaciar de Europa, el marrón del agua de sus cascadas más violentas, los grises de sus zonas volcánicas o el negro de sus playas. Y todo ello en un país que tiene una superficie equivalente a una cuarta parte de la Península Ibérica.
Uno ha vuelto de este viaje con un espíritu de descubridor que siente la necesidad de explicar a sus gentes todo lo que ha llegado a ver, intentando hacerles entender la magnitud de su belleza y espectacularidad. A Marco Polo nunca le creyeron del todo. Ahora sé cómo debería sentirse...